Lisboa

«Esta niebla sobre la ciudad, el río, las gaviotas de otros días, barcos, gente con prisa o con el tiempo todo para perder, esta niebla donde comienza la luz de Lisboa, rosa y limón sobre el Tajo, esta luz de agua, nada más quiero de peldaño en peldaño»

Lisboa. Eugénio de Andrade.

Y nosotros también despertamos. Cuando decidimos pasar dos días y medio (de sábado por la tarde a lunes por la noche) en Lisboa creímos que íbamos a visitar una ciudad más, un sitio en el que saborear buen bacalao y ver bonitos edificios, pero poco más. Nada más lejos. Y es que, ya nos lo habíamos advertido. Cuidado con Lisboa. Tiene algo especial que engancha.

Y aunque hemos de reconocer que el primer día nada ‘extra’ nos aportó, al día siguiente, cuando nos sumergimos en sus tradiciones, sus barrios, su historia, todo cambió, por supuesto. Tiene algo que la convierte en una ciudad que debe visitarse y prepárense para vivir una experiencia muy agradable.

Es cierto que aún hoy no sabría decir qué es lo que la hace especial, pero ver los antiguos tranvías que hablan de nostalgia, de belleza y de una estampa típica que inmortalizar. Hay que explicar que estos antiguos tranvías los mantuvieron para poder recorrer las calles más estrechas de la ciudad. Y se han convertido en un atractivo turístico, el más importante. Nosotros no pudimos parar de fotografiarlos.

Qué ver en Lisboa.

El hotel

  • Hotel Turim Restauradores. Perfecto y muy recomendable. Céntrico, permite visitar la ciudad sin necesitar de transporte público. No obstante, tiene el metro a tan solo unos pasos y, además, está ubicado en una esquina del Ascensor de Gloria, el funicular que conecta Barrio Alto y Bajo. Aquí os dejo el enlace de su pagina web: https://turim-restauradores-hotel-lisbon.hotel-ds.com/es/

La ruta. ¿Qué ver en Lisboa?

Llegamos a la ciudad un sábado por la tarde. Ya en el Aeropuerto adquirimos dos tarjetas recargables Viva Viagem y cogimos el metro hasta la estación de Restauradores, tras un trasbordo. Llegar al centro no nos costó ni dos euros por persona, fue excelente. Y ya estuvimos en la plaza con este nombre y a tan solo unos pasos del hotel. Después de deleitarnos con un sorbito de la bebida típica de la ciudad, la Ginjhina, un licor elaborado de cerezas de ginja, pusimos rumbo al centro de la ciudad. Por la Plaza Restauradores, nos dirigimos a la Praça dom Pedro IV (o Praça do Rossio) con sus dos fuentes y el majestuoso Teatro Nacional.

Luego, continuamos por la Rua Augusta hasta llegar a la Praça Do Comercio tras cruzar el Arco da Rua Augusta. En este paseo, nos sorprendieron las tiendas dedicadas íntegramente a las anchoas.

Tampoco pudimos dejar de dispara el flash al primer contacto con el Elevador de Santa Justa, cuya arquitectura asombra porque tiene 15 metros de altura y desde la parte superior ofrece vistas de la ciudad de 360 grados. Además, es uno de los pocos elementos de estilo gótico que se puede observar en la ciudad.

Una vez llegamos a la Praça do Comercio, disfrutamos de su inmensidad y su espectacularidad por ser un balcón al río Tajo, por eso pasamos allí un buen rato. Es la más importante de la ciudad. Y con solo pisarla te das cuenta de ello. Al fondo, se puede divisar el puente 25 de Abril que vimos más de cerca el día que visitamos Belém. A modo de información, tiene cerca de 2.300 metros de longitud y es el puente colgante más largo de Europa. La plaza ofrece vistas abiertas.

Hacia el otro lado se alza imponente el Arco da Rua Augusta y allí empieza la calle Rua Augusta, es la más importante de la parte baja de la ciudad. Y en el centro está la estatua ecuestre de José I.

Posteriormente, cenamos en un local de comida tradicional donde saboreamos unas deliciosas croquetas de bacalao y una brandada. Exquisitos. Y ya con los estómagos bien nutridos, decidimos pasear un poco más por el centro de la ciudad y pusimos rumbo hacia la Sé. El recorrido de llegada, con sus calles estrechas y algo empinadas, sus edificios y el ajetreo de un sábado noche, lo hicieron algo especial.

Al día siguiente decidimos aprovechar las primeras horas de la mañana para visitar Fátima que está a unos quilómetros hacia el norte de la ciudad. Cogimos el autobús de la estación de Sete Rios y llegamos allí en metro. Y tras visitar este importante punto de culto cristiano, pusimos rumbo de nuevo hacia la ciudad lisboeta. Es otro sitio que hay que ver en Lisboa.

Decidimos comer en uno de los restaurantes de la zona de Sete Rios y de allí, en vez de bajarnos en Restauradores, lo hicimos en la Praça Marqués de Pombal para poderla recorrer y bajar luego a pie por la Avenida Liberdade. Lo cierto es que fue un agradable paseo en el que ‘flipamos’ con los monopatines eléctricos en alquiler repartidos por toda la avenida, así como con los bellos dibujos de teselas que recorren el suelo de la avenida.

En lugar de desplazarnos hacia la Plaza Restauradores, decidimos desviarnos hacia la izquierda y bajar por la Rua Portas de Santo Antão. Y allí nos encontramos con el funicular Lavra, idéntico al que hay cerca del hotel, el de Gloria. La zona, llena de locales de ocio, bares y el Teatro Politeama al que accedían numerosos lisboetas para disfrutar de alguna obra, convirtió el trayecto en un agradable paseo.

Poco después llegamos de nuevo a la Praça do Rossio. Y luego ya dimos marcha atrás para parar al hotel, al que no habíamos vuelto desde buena mañana.

Entusiasmados por conocer el Barrio Alto, nos dispusimos a subir por la cuesta por donde discurre el funicular de Gloria, pero a pie. Y descubrimos otra ciudad, cargada de actuaciones en plena calle, muchísima gente y locales de restauración. No seguimos mapa ni gps, siempre en dirección hacia el mar hasta que por arte de magia nos encontramos en el mirador de Santa Justa, sin haber subido por el ascensor. El paisaje, exquisito.

Justo en sus proximidades descubrimos el convento do Carmo, la mayor iglesia gótica de la ciudad que quedó en ruinas debido al terremoto de 1755. Es uno de los recuerdos que quedan en pie de ese desastre. Una chica lisboeta nos recomendó su visita, algo que le agradecemos. Vale la pena.

Y llegamos al barrio de Chiado. Había música, ambiente y mucho color.

Otra vez en Barrio Bajo, visitamos la Praça da Figueira donde volvimos a inmortalizar el antiguo tranvía amarillo.

Al día siguiente era el turno de desplazarnos hasta Belém y disfrutar de otro lugar magico de la ciudad. Cogimos el tranvía número 15 desde la Praça da Figueira, y fue uno de los modernos. También se puede coger de la Praça do Comercio. Pasamos por el Puente 25 de Abril y al fondo se divisaba el Cristo Rey de Lisboa con sus 28 metros de altura.

Y por equivocación nos bajamos en una parada antes de la que tocaba. Nos metimos una buena caminata hasta llegar al Monumento a los Descubrimientos. Se trata de una obra de 52 metros de altura que conmemora el quinientos aniversario del descubridor portugués Henrique el Navegante. Paseamos por la ladera del río Tajo. Pero cuidado porque las zonas de astilleros y puntos de varada prohíben el paso y hay que dar la vuelta por la zona de la avenida.

Continuamos con el paseo hasta llegar a la Torre de Belém. Había un músico que con sus bonitas melodías decoraba el lugar en el que, pese a haber mucha gente, reinaba el silencio, la tranquilidad… Se construyó para proteger la entrada al puerto de Lisboa. Es patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.

Acabamos la visita recorriendo el Monasterio de los Jerónimos, que estuvo cerrado por ser lunes, y saboreando unos dulces de Bélem.

Volvimos al centro de Lisboa con el tranvía 15E, el antiguo. Una grata sorpresa. Nos bajamos en la Praça do Comercio para poder visitar el Ayuntamiento, justo al lado de la plaza.

Nos dirigimos a la plaza Martim Moniz para coger el tranvía más utilizado por los turistas, el 28E que recorre los puntos mas importantes de la ciudad. Pos supuesto, es un pintoresco tranvía amarillo que avanza chirriando por las estrechas callejuelas de la ciudad. Y nos bajamos en Alfama, en la parada del Mirador de Santa Lucía, donde pudimos inmortalizar bonitos rincones. Los miradores de Santa Lucía y Porta da Sol, excepcionales.

Nos perdimos, queriendo, por esas calles de subida y bajada del barrio de Alfama y comimos por la zona. Visitamos el Castillo de San Jorge, sin acceder a él, para volver a coger el tranvía y hacer todo su trayecto hasta regresar de nuevo a la Plaça Martim Moniz. Vimos la Iglesia da Estrela y la Assembleia da Republica, entre otros enclaves. Así finalizábamos nuestro paseo más especial por la ciudad lisboeta.

Visite también las entradas dedicadas a:

Selva Negra http://demenorcalmundo.es/que-ver-en-selva-negra/

Salzkammergut, lagos austríacos http://demenorcalmundo.es/que-ver-en-salzkammergut-lagos-austriacos/

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